Estamos en la recta final del tiempo de Cuaresma, un tiempo que ha marcado nuestro itinerario de conversión para el perdón de los pecados. Al igual que los domingos anteriores, hoy el Evangelio nos presenta un caso a resolver (catequesis). Esta vez son los letrados y fariseos que traen a una mujer que ha sido encontrada en evidente adulterio. Buscan poner a prueba a Jesús: su intención, además de ser capciosa, es discriminatoria porque condenan solo a la mujer y no al hombre. 

Frente a esta situación, Jesús, para romper la trampa, les lanza una frase que los descoloca: «El que esté sin pecado, que lance la primera piedra». El Evangelio dice que todos se fueron retirando, empezando por los más viejos. La lección es clara, Jesús no juzga, ni condena porque ha venido para salvarnos. Esta verdad es nuestra mayor motivación para una conversión sincera: saber que Dios más que ser un Juez, es un Padre, es un Dios que acepta al hombre en su fragilidad, lo conoce, lo comprende y le perdona porque lo ama. 

La única condición para recibir el perdón es que hay que reconocerse pecador y convertirse, abandonar el pecado para ser rehabilitado por Dios, quien nos devuelve la dignidad de ser hijos suyos. Esta enseñanza que nos da Jesús, nos ha de llevar a reconocernos pecadores e imperfectos y no a darnos de jueces de los demás. Todos tenemos el vicio de echar la culpa a los demás, porque es más fácil fijarnos en los defectos ajenos que en los propios: es lo que hace que nos creamos inocentes a la hora de juzgar a los demás. 

La Cuaresma nos ha de dejar ese sabor dulce del amor de Dios que perdona y no condena, porque es un amor que libera, sana y salva. La mejor manera de vivir la Pascua es sintiéndonos amados y perdonados, más humanos, para acoger, ayudar y comprender, anteponiendo siempre la compasión como algo propio del creyente.  

P. Oscar Barragán

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