Este segundo centenario de la Independencia de la ciudad de Cuenca, es una ocasión para reflexionar acerca de nosotros mismos, como ciudadanos y pueblo para comprometernos en la acción. Aquellos hombres y mujeres de hace doscientos años deseaban construir una ciudad y patria independiente y soberana. Ese fue su legado para la historia.
Doscientos años han transcurrido, quienes nos precedieron construyeron, con aciertos y errores, una herencia que nos pertenece y de la cual nos debemos hacer cargo con todos sus logros y todas sus imperfecciones, porque ese es precisamente el punto de partida desde el que nosotros debemos hacer nuestro aporte para el futuro. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan. Por eso, cada esfuerzo individual, y los acontecimientos y procesos históricos que va forjando un pueblo con historia, no son más que partes de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: un pueblo que lucha por una significación, que lucha por un destino, que lucha por vivir con dignidad.
Mons. Bolívar Piedra
MENSAJE DEL PASTOR
ANTE LA MUERTE LOS CRISTIANOS TENEMOS UNA ESPERANZA
En noviembre la Iglesia nos invita a recordar a los fieles difuntos, a dirigir nuestra mirada a los que nos han precedido y ya han concluido su paso por la tierra. Muchos acudimos al cementerio para rezar por los familiares y amigos que ya murieron, así les expresamos nuestro afecto y gratitud. Ante la realidad de la muerte, buscamos una respuesta que nos llene de esperanza. Si reducimos nuestra existencia solamente a la dimensión material, toda la vida pierde sentido. Necesitamos de la eternidad, buscamos un Amor que supera las cosas pasajeras.
Nuestra vida tiene sentido si existe Dios. El Dios cercano, que ha querido habitar entre nosotros para decirnos que, si creemos en Él, tendremos vida eterna. El Viernes Santo, Jesús se dirige desde la cruz al buen ladrón y le promete el Paraíso. Pensemos en el Maestro que nos invita a la confianza, porque nos tiene preparada una morada en la casa del Padre. Y al orar con afecto por nuestros difuntos, renovemos con valor nuestra fe en la vida eterna y hagamos el compromiso de amar intensamente esta tierra que el Señor nos ha dado para que la cuidemos, haciendo de nuestro trabajo diario un camino para llegar al cielo.
Con profunda gratitud elevemos nuestras oraciones por los familiares y amigos que ya descansan en el Señor. Ellos cumplieron su misión y fueron nuestro apoyo, sus detalles de amor jamás serán olvidados porque fueron el abrazo afectuoso y sincero de Dios que nunca nos abandona, y que se hizo presente, por medio de ellos, en los momentos más difíciles de nuestra vida. Gracias, Señor, por la vida. Gracias por nuestras familias, por nuestros padres y hermanos que aún nos acompañan. Gracias por los que partieron y nos enseñaron a amarte a Ti y al prójimo.
Mons. Marcos Pérez