El Maestro enseña a sus discípulos, a los que han escuchado su llamada y han respondido para «estar con Él». Es un momento de diálogo para sentirse parte de una experiencia de salvación y de formación para la misión. Hay que sentirse parte de una fiesta de bodas porque a eso nos llama, pero la fe es exigencia, no se trata tan solo de estar mirando, sino de sentirse parte y de aceptar la propuesta del Padre y de encaminarse hacia una vivencia de familia en la que el Padre nos pide la responsabilidad de la fraternidad. 

No todo es automático y es por eso por lo que «cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras». Es que el compromiso marca actitudes: el descuido nos dice de la superficialidad de la relación con el Padre y, consecuentemente, con los hermanos. Fe y vida son como la planta y los frutos: la bondad de la planta se la mira desde los frutos. El aceite es la garantía de la vitalidad de la fe, signo de una relación profunda del «ser casa». 

La parábola nos dice que hay que empezar y empezar de nuevo cada día porque «el esposo» está ya y viene siempre. Hay que tener claro que el aceite de la fe es fruto de la intimidad con el Padre que lleva al amor, y el amor no se lo consigue como respuesta a una urgencia, es fruto maduro de un compromiso cotidiano y, menos, se los puede «comprar» porque el amor no está de venta. 

«No, porque no va a alcanzar»: enamorarse es tarea de intimidad entre personas; no es posible ceder en eso. Cuando no estamos enamorados del Señor, negociamos otras cosas que confundimos con el amor. La decisión es clara y definitiva, si cerraste la puerta del corazón ya no hay como entrar, como conocer.

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