La primera lectura del libro del Éxodo nos presenta el contexto en el que Dios se revela a Moisés y le encomienda su misión de liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Dios se presenta a Moisés como «Libertador» y lo escoge como su instrumento en la tierra para llevar a cabo esta misión específica: «Lo salvó de las aguas para que sea el libertador de su Pueblo», y llevarlo de vuelta al territorio de Canaán.
Esta manifestación de Dios a Moisés a través de la zarza ardiente, nos presenta a un Dios que es luz (1 Jn 1,5) y en él no hay tinieblas. Además, se presenta a Moisés como –«El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Y le revela su nombre: «“YHWH”, “Soy el que soy”. Este es mi nombre para siempre: así me llamarán de generación en generación».
En la primera carta a los corintios, san Pablo reflexiona sobre los acontecimientos del Éxodo: no los interpreta como castigos divinos, sino como enseñanzas: «Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos... Como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro».
En el mismo sentido, en el Evangelio de Lucas, se nos presenta la respuesta que da Jesús a estos hombres que vienen a contarle una noticia reciente en Galilea: Pilato había mandado a degollar a algunos galileos que estaban ofreciendo sacrificios. El Señor aprovecha para dejarles una enseñanza.
Este acontecimiento no responde a un castigo divino y tampoco es el resultado de los pecados personales: «¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Ciertamente que no; y, si no se convierten, todos perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y, si no se convierten, todos perecerán de la misma manera». Dios no castiga, «corrige»; Dios no condena, «perdona».
P. Marco Antonio Acosta A.