El criterio de discernimiento de la comunidad de los discípulos-misioneros de Cristo es el criterio de la correspondencia entre el corazón y la palabra, entre las raíces y los frutos. «Al igual que el árbol se conoce por su fruto, así también el hombre se conoce por su comportamiento» (H. U. von Balthasar, Luz de la Palabra, p. 259).
En los seres humanos, no siempre el corazón tiene correspondencia con los gestos y las palabras. Esta in-correspondencia se llama hipocresía. Según el pasaje del Evangelio de Lucas que estamos meditando, comienza con la ceguera, luego se atisba con el juicio torcido sobre la pelusa del ojo del prójimo y termina con el fruto malo de un árbol que aparentemente es bueno.
Hace un tiempo atrás, el papa Francisco nos advertía de un fuerte riesgo de nuestra Iglesia sinodal, «al hacer alusión a las palabras de Malaquías sobre la memoria de las raíces: cuál es el castigo de Dios cuando quiere destruir a una persona, a un pueblo o, digamos, a una institución..., “quedar sin raíces y sin brotes”». (Discurso a la Asamblea plenaria de la Congregación para los religiosos, 11 de diciembre de 2021).
Por eso, hay que levantar nuestra mirada a Cristo. Él es el árbol de la Salvación. En Él corresponden plenamente sus gestos y palabras. Diríamos que sus raíces y sus frutos están atravesados por la savia divina-humana del amor. Cristo es el Hijo-árbol que vive del amor-savia de las raíces de su Padre y es aquel que nos da el fruto-don del Espíritu Santo.
Que María, la Madre de Dios y madre nuestra, nos bendiga siempre con el fruto bendito de su vientre, Jesús. Que Ella como ícono de la Iglesia sinodal nos ayude a seguir manteniendo viva la memoria de nuestra salvación en nuestras raíces y nos dé siempre la generosidad para compartir los frutos-dones del Espíritu con todos, en la comunión, participación y misión.
P. Sebastián Panizo S.