En este segundo domingo de Navidad nos acompaña el prólogo del Evangelio según san Juan que es considerado como el himno a la Palabra encarnada de Dios que es Cristo. He aquí, el misterio de la Encarnación: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Dios entra en la historia humana con un cuerpo mortal para amarnos con un «amor que llega hasta la muerte, hasta el abandono en la muerte de su Amado por excelencia, por amor al mundo» (Jn 3, 16), (H. U. von Balthasar, Luz de la Palabra, p. 29).

Dios ha roto toda distancia con sus criaturas. La Palabra-Cristo por medio de la cual se hicieron todas las cosas se ha encarnado en el vientre de María para levantar nuestra humanidad caída. En la Nochebuena hemos contemplado que no solo el hombre es capaz de Dios, sino que Dios es capaz del hombre.

Optamos por un Dios que muchas veces sabe permanecer aparte y, por eso mismo, ser Dios… Un Dios que nos coloca al norte de nosotros mismos... Un Dios veraz que pronuncia una palabra veraz sobre nosotros, es decir, una palabra vivificante, que nos verifica, que nos hace verdaderos. Queremos un Dios que no sea remate de nuestras obsesiones de poder, sino invitación y libertad más que mandamiento. Que se ofrece y acepta ser rechazado. Que ya no es un Dios de la mirada (Sartre), sino de la revelación, del hallazgo… Un Dios tan enamorado del cuerpo que llega a solicitar uno para sí». (A. Gesché, Jesucristo, p. 17; 21).

Empezamos con la bendición de Dios un nuevo año, que Cristo sea el centro de nuestra vida y que solo Él esté en el centro, porque suyo es el tiempo y la eternidad. Que María y san José hagan de nuestro corazón de carne una morada de amor para el Verbo de Dios, Jesucristo, que nos amó y se entregó por nosotros.

De todo corazón, les deseamos un bendecido 2022 y que todo lo que digamos y hagamos sea para la mayor gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

P. Sebastián Panizo S.

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