Desde hoy hasta Navidad estamos llamados a mantenernos despiertos y en oración. El Adviento nos invita a ampliar la mente y el corazón para abrirnos a nuevos horizontes. No se nos pide que escapemos de nuestros días y mucho menos que nos proyectemos hacia metas ilusorias. Al contrario, este momento es oportuno para tener un sentido realista de uno mismo y de la vida en este mundo, para hacernos preguntas concretas sobre cómo y para quién gastamos la vida. No se trata simplemente de hacer un esfuerzo psicológico o de crear algún estado de arrepentimiento superficial.
El tiempo de Dios que irrumpe en nuestra vida nos pide a cada uno de nosotros un compromiso serio de vigilancia: «Levántense y levanten la cabeza, porque su liberación está cerca» (Lc 21, 28), dice Jesús. Levántate y reza. Nos levantamos cuando esperamos algo, o, mejor dicho, cuando esperamos a alguien. En este caso, estamos esperando a Jesús, no debemos quedarnos estancados en nuestro egocentrismo, nuestros problemas, nuestras alegrías o nuestras tristezas.
La Palabra de Dios nos urge a dirigir nuestros pensamientos y corazones hacia «Aquel que está por venir». Por eso también nos pide que recemos. La oración está íntimamente ligada a la vigilancia. Los que no esperan no saben lo que significa orar, lo que significa volverse al Señor con todo su corazón.
Las palabras de la oración comienzan a florecer en nuestros labios cuando levantamos la cabeza de nosotros mismos y de nuestro horizonte y nos volvemos hacia el Señor. El salmo nos recuerda: «A ti, Señor, levanto mi alma». En este tiempo de Adviento, todos debemos unir nuestras voces y clamar juntos al Señor para que pronto venga entre nosotros: «¡Ven, Señor Jesús!».
Que estos días de Adviento sean, por tanto, días de frecuentación del Evangelio, días de lectura y reflexión, días de escucha y oración, días de reflexión sobre la Palabra de Dios, tanto solos como juntos. No pase un día sin que la Palabra de Dios descienda a nuestro corazón. Si le damos la bienvenida, nuestro corazón ya no se parecerá a una cueva oscura; en cambio, puede convertirse en el pesebre donde renace el Señor Jesús.
Por tanto, acojamos con agrado la bendición del apóstol: «Que el Señor les haga crecer y abundar en el amor entre ustedes y con todos» (1 Ts 3, 12a). Es la forma correcta de dar nuestros primeros pasos en este tiempo de Adviento. ¡Feliz domingo y feliz Adviento!
P. Ángel Tapia E. Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano