Estamos celebrando los últimos domingos del año litúrgico. En el evangelio, Jesús ha llegado a Jerusalén y viene dispuesto a anunciar el Evangelio a los grupos de poder de la época. La crítica de Jesús es valiente y mordaz, no tiene miramientos ni trata de endulzar. Todos los poderosos de la época reciben su parte: fariseos, herodianos, sumos sacerdotes, letrados, escribas. Todos quedan mal frente al pueblo porque Jesús los desenmascara señalándoles la forma como han viciado la religión. Todas las autoridades han utilizado el nombre de Dios para exigir, destruir y saquear. Las prácticas religiosas se han convertido en la mejor forma de quitar los bienes y, sobre todo, de quitar la dignidad de los devotos. 

A pesar de la podredumbre que invade el Templo, las prácticas religiosas siguen siendo una herramienta para llegar a Dios y a la comunidad. La práctica religiosa sincera y agradable a Dios no viene de los ricos y poderosos sino de los pobres. Una pobre viuda se convierte para Jesús en la única que ha comprendido la verdadera religión. No da de lo que le sobra, como los que tienen y pueden hacer alarde de lo que ofrecen. La viuda da su vida porque sabe que hay otros que están igual o peor que ella. Lo recogido en el Templo servía también para ayudar a los pobres que llegaban. La viuda siente compasión por aquellos que necesitan como ella y entrega las dos moneditas para que otros tengan vida. 

Es muy fácil dar de lo que nos sobra porque no nos cuesta ni nos exige: la moneda más pequeñita al que pide en la calle, la ropa casi inservible para los roperos parroquiales, los productos y demás (ayuda que solo sirve para calmar nuestra conciencia) solo sirve para exhibirnos frente a los demás y hacer sonar lo que damos para recibir el aplauso. Es más fácil dar algo que darse para que los demás tengan vida. El obispo Helder Camara decía «cuando doy de comer a los pobres me dicen que soy un santo, pero cuando pregunto por qué pasan hambre, me dicen comunista»

La propuesta de Jesús en el evangelio es mirar a los pobres como la viuda, que son capaces de darse para que los demás tengan vida. Abandonemos la obsesión por dar y comenzamos a darnos a los demás: nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestros sueños, nuestras luchas; quizá, de esa manera, la limosna se convierta en camino de santidad y no en el opio de nuestras conciencias. 

P. Marco Vinicio Gualoto S.  

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