«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14, 7). Es una invitación a no perder nunca de vista la oportunidad que se ofrece de hacer el bien. No se trata de aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la cultura de la indiferencia y la injusticia con la que tratamos a los pobres.
Permanece abierto el interrogante, que no es obvio en absoluto: ¿Cómo es posible dar una solución tangible a los millones de pobres que a menudo solo encuentran indiferencia, o incluso fastidio, como respuesta? ¿Qué camino de justicia es necesario recorrer para que se superen las desigualdades sociales y se restablezca la dignidad humana, tantas veces pisoteada?
Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza y, a menudo, descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino, sino consecuencia del egoísmo. Por lo tanto, es decisivo dar vida a procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos, para que la complementariedad de las competencias y la diversidad de las funciones den lugar a un recurso común de participación. Hay muchas pobrezas de los «ricos» que podrían ser curadas por la riqueza de los «pobres», ¡si solo se encontraran y se conocieran! Ninguno es tan pobre que no pueda dar algo de sí mismo en la reciprocidad. Los pobres no pueden ser solo los que reciben; hay que ponerlos en condiciones de poder dar, porque saben bien cómo corresponder.
No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida... Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón. Hagamos nuestras las apremiantes palabras de don Primo Mazzolari: «Quisiera pedirles que no me pregunten si hay pobres, quiénes son y cuántos son, porque temo que tales preguntas representen una distracción o el pretexto para apartarse de una indicación precisa de la conciencia y del corazón. Nunca he contado a los pobres, porque no se pueden contar: a los pobres se les abraza, no se les cuenta».
Papa Francisco