Hoy, Isaías nos presenta uno de los cánticos del Siervo de Yahvé a quién Dios «quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación. Es el Siervo sufriente, que con su sacrificio «justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos». 

El Salmo 32 insiste en la figura de un Dios misericordioso, «cuyos ojos están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». 

La Carta a los hebreos nos presenta la imagen de Jesucristo, el sumo sacerdote. El único capaz de compadecerse de nuestras debilidades y que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Él nos invita a acercarnos con toda seguridad, para alcanzar misericordia y encontrar la gracia.

Hoy, Isaías nos presenta uno de los cánticos del Siervo de Yahvé a quién Dios «quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación. Es el Siervo sufriente, que con su sacrificio «justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos». El Salmo 32 insiste en la figura de un Dios misericordioso, «cuyos ojos están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». La Carta a los hebreos nos presenta la imagen de Jesucristo, el sumo sacerdote. El único capaz de compadecerse de nuestras debilidades y que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Él nos invita a acercarnos con toda seguridad, para alcanzar misericordia y encontrar la gracia.

En principio, los dos hijos de Zebedeo, una pareja de hermanos decididos, impetuosos, le contestan: «Lo somos». El Señor les anuncia que sí beberán su cáliz, es decir, que participarán de sus sufrimientos: «El cáliz que yo voy a beber lo beberán, y recibirán el bautismo con que yo seré bautizado», pero eso de ocupar los asientos de honor, no les corresponde a ellos. Los otros diez apóstoles se sintieron indignados al escuchar semejante petición ambiciosa de los dos hermanos.

Jesús aprovecha dejándoles una enseñanza a todo el grupo de los apóstoles: «Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Ustedes, nada de eso: el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Concluye el Señor su enseñanza poniéndose a sí mismo como ejemplo: «Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y a dar su vida en rescate por todos». Para el Señor, «servir es reinar»; y quién sirve, es realmente feliz.  

P. Marco Antonio Acosta

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