El pasaje del Evangelio de hoy nos presenta dos momentos en los que Jesús se pone de parte de los más vulnerables, de los que no contaban en la sociedad de su época: las mujeres y los niños. La ley de Moisés consideraba a la mujer como parte de las propiedades del hombre: «no codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo» (Ex 20, 17). Los fariseos, fieles seguidores de la ley mosaica le recuerdan a Jesús el mandato de Moisés acerca del divorcio, permitido solo para los hombres.
Para la ley de Moisés la mujer no podía ser capaz de presentar el divorcio a su esposo.
Frente a esta situación injusta y discriminatoria Jesús adopta una postura de reivindicación de la dignidad de la mujer. Primero les recuerda a los oyentes el origen del hombre y de la mujer: ambos han sido creados por Dios que es amor y están llamados al amor. Este amor se manifiesta en la ayuda mutua, en la capacidad de caminar juntos para ser felices, en el empeño por forjar un proyecto en común, «y serán los dos una sola carne».
Este sueño de Dios para el hombre y la mujer se ve truncado por el egoísmo en sus diversas manifestaciones. La despreocupación por la otra persona, el olvido irresponsable del compañero o compañera de vida, la falta de caridad al momento de separarse, son algunas de las cosas que Jesús denuncia al prohibir el divorcio.
El divorcio deja huellas enormes de dolor y tristeza en el corazón de la familia, no solo de los cónyuges que se separan. Ese dolor es necesario sanarlo con una saludable y responsable caridad de quienes se han separado. Después del divorcio no son enemigos siguen siendo padres, siguen siendo seres humanos con una historia en común. El divorcio los deja heridos, pero el amor misericordioso de Dios manifestado en la comunidad que se reúne en su nombre, es capaz de poner un bálsamo de misericordia y perdón que les devuelva la dignidad para sentirse queridos y perdonados. Jesús se pone de parte de quienes más lo necesitan para enseñarnos a bajar de nuestros lugares de jueces y emprender un camino de hermanos que consuelan, animan y levantan.
P. Marco Vinicio Gualoto