La primera lectura de este domingo nos presenta a Dios regalando dones extraordinarios a algunos personajes del pueblo elegido. Sorprende constatar con qué facilidad los miembros de esa comunidad cambian la gratitud, que se debe dirigir a Dios cuando nos concede dones tan inesperados como inmerecidos, por la crítica y los celos, propios de un espíritu poco agradecido y muy metido en sus personales intereses.

Frente a esa actitud egoísta y mordaz, Moisés responde con enfático gozo que ya quisiera él que todo el pueblo gozara de esos beneficios. De esta manera, fomentaba el espíritu de alabanza a Dios y de reconocimiento agradecido de sus dones, que Él distribuye según su benéfico designio. Actitud que Jesús, en el pasaje evangélico de hoy, recoge y fomenta al responder a su apóstol Juan que no hay que impedir que se haga el bien en su nombre, porque «el que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Todos podemos constatar que a veces la implantación del bien sufre un visible retroceso cuando se cambia la gratitud y el reconocimiento por decisiones o acciones buenas que se programan o realizan, por la crítica y el rechazo, simplemente porque quienes proponen esos bienes no son de mi grupo o pertenecen a «la competencia». Se requiere grandeza de alma para aceptar el auténtico bien sin importar de dónde venga; algo que Jesús desea que sus discípulos fomenten en sus vidas para dar testimonio de la fe que profesan.

Cultivar esta actitud de gozar y valorar el bien que otros hacen, corrigiendo cualquier desviación, es algo propio del ambiente familiar que nos hemos de esforzar por trasladar a los ámbitos de la amistad y el trabajo. Así contribuiremos a forjar una sociedad que busque el bien, sin fijarnos de dónde proviene, sino de los positivos efectos que su siembra produce cuando se lo acoge con gratitud y sencillez.

Mons. Danilo Echeverría Obispo Auxiliar de Quito

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