Estamos en la tercera sección del Evangelio según San Marcos: el viaje de Jesús y sus discípulos fuera de Galilea. Estamos en la región de los paganos. Y ahí Jesús cura a un tartamudo sordo que es el símbolo del hombre sordo a la Palabra de Dios e incapaz de responderla. Jesús celebra una liturgia de sanación con el enfermo para restituirle la comunicación con Dios y con los demás, y, al mismo tiempo, para acompañarle en su camino de fe y de discipulado.
Jesús se acerca y toca los oídos y la lengua del enfermo que son «el preludio del momento solemne en que Jesús levanta los ojos al cielo –todo milagro realizado por Jesús es una obra del Padre en Él– y lanza un suspiro, que indica que está lleno del Espíritu Santo; esta plétora trinitaria muestra bien a las claras que en la orden «Ábrete» resuena una palabra que no solamente produce una curación corporal, sino un efecto de gracia para Israel y la humanidad entera» (Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, pp. 190-191).
El papa Francisco nos dice que la enseñanza de este encuentro curativo es que «Dios no está encerrado en sí mismo. Él está siempre abierto a la comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y viene a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre…» (El camino de la Esperanza, p. 90).
Sabemos bien que desde el origen de nuestra vida discipular y misionera en el sacramento del Bautismo, hemos sido sanados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la indiferencia y del pecado con el gesto y la palabra de Jesús: ¡Éffeta! (¡Ábrete!). Dicho gesto sacramental fue acompañado con la siguiente oración: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén» (Ritual del Bautismo de niños, N.º 157).
Demos gracias Dios Padre por la bendición de poder escuchar su Palabra de vida en esta Eucaristía, sacramento de unidad. Pidámosle al Espíritu Santo que nos conceda un corazón que sepa escuchar con amor a nuestro prójimo y que el Señor Jesús nos haga puentes de paz, diálogo y reconciliación. La Virgen María y San José nos ayuden a seguir guardando y poniendo en práctica la Palabra de Dios. Amén.
P. Sebastián Bladimir Panizo Sosa