El hijo de José

Jesús es identificado en el Evangelio de hoy como «el hijo de José». Destaquemos que el evangelista lo cita así justamente cuando Jesús revela, de manera clara y contundente, algunas verdades centrales de nuestra fe; entre ellas, la Encarnación y la Eucaristía: Jesús que «baja del cielo» para ser el «pan que da vida eterna». Esa presencia callada, silenciosa, en segundo plano de san José nos puede ayudar a comprender la riqueza escondida en Jesús, a quien reconocían como su hijo.

El papa Francisco destaca algunas de las virtudes de san José en la Carta Apostólica «Patris Corde». Esas virtudes, unidas al sentido de fe del pueblo cristiano, permiten afirmar al pontífice: «Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano». ¡Qué importante es aprender de san José a asumir con responsabilidad la misión que cada uno tiene en la historia salvífica! San José, que no pedía explicaciones, ni fundamentación, ni esperaba ningún asidero humano o terreno, es el modelo de lo que Dios espera también de nosotros. El santo Patriarca se limitaba a hacer lo que Dios le pedía. Y oraba mucho. 

 San José asumió con sencillez y docilidad la providencia con la que Dios le manifestaba «el papel» que debía cumplir en la vida de Jesús, de María, de la humanidad entera. Y lo hizo bien. ¡Cuántas veces le habrá narrado a Jesús la historia del maná! Gracias también a José, la Encarnación y la Eucaristía –al menos en su estado germinal– estuvieron protegidas por su corazón de padre. Impresiona meditar que justamente en el pasaje que hemos leído Jesús dice: «Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí». Lo decía refiriéndose a su Padre Dios; pero no olvidemos, como lo recuerda el papa Francisco, que san José es «la sombra del Padre». A san José le podemos pedir que no nos pase lo que, a muchos contemporáneos de Jesús, personas que no contaban con quien da sentido a todo: Dios y su Divina Providencia; y por ello, llegaron a rechazar la maravillosa revelación que Jesús estaba realizando. 

Que san José nos conceda tener hambre de Dios, deseos de hablar y dejarnos nutrir por él. Que Dios llene nuestro corazón y sigamos por el camino que Él nos indique. Solo así acogeremos debidamente el misterio de la Encarnación y tendremos hambre de Eucaristía, pan de vida eterna, que se nos ofrece en cada Santa Misa.

Mons. Danilo Echeverría OBISPO AUXILIAR DE QUITO

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