La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta el acontecimiento de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles. Pentecostés, una fiesta de carácter agrícola para los judíos, tal como lo describe el texto, reunía a muchos peregrinos devotos venidos de todas partes a Jerusalén. En el contexto de esta fiesta de acción de gracias por las cosechas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles a través de tres signos:
- «un ruido del cielo, como de un viento fuerte»;
- «unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno»;
- «empezaron a hablar en diferentes lenguas».
La segunda lectura es una explicación de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia:
- Es quien inspira nuestra oración. Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. «Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26).
- Es el dispensador de todos los dones, ministerios, carismas y servicios. El Espíritu es «el que obra todo en todos» y se manifiesta de diferentes maneras para el bien común.
- Es vínculo de unidad. «Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo». «Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu».
El Evangelio de Juan nos cuenta que al
anochecer del día de la resurrección, el mismo
Señor transmitió el Espíritu Santo a los apóstoles. Aún estaba vivo en ellos el escándalo de la
cruz y, ciertamente, el temor les hizo presa de
un encierro voluntario: «Estaban los discípulos
en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos». Ahí se les aparece el Señor
para devolverles la confianza y para confirmarlos en la misión del anuncio de la Buena Nueva. Uno de los signos de Pentecostés vuelve a
aparecer, «el viento» o «soplo», esto significa
la transmisión de un poder, la transmisión del
mismo espíritu a otra persona. En este caso,
se trataba del mismo espíritu de Jesús el que
se transmitía a los apóstoles: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes no les
perdonen, les quedan sin perdonar».
P. Marco Antonio Acosta