Hoy, Jesús responde a la pregunta que Nicodemo le había hecho: ¿Cómo es posible nacer del Espíritu? (cf. Jn 3, 9). La respuesta se va dando a lo largo de todo el Evangelio e indica que nacer por el Espíritu es algo que solo puede realizarse como resultado de la crucifixión, resurrección y ascensión del Señor Jesús a los cielos.
El primer versículo del Evangelio dice: «Así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre», es la primera de tres referencias a la crucifixión que se hacen; la segunda es: «Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy» (Jn 8, 28). Y, la tercera, «Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). El hecho de ser levantado en lo alto es una formulación que muestra el camino hacia Dios, únicamente realizado a través de Cristo y junto a Él.
Cuando Nicodemo se acerca al Señor recibe la primera señal de que Él tiene que ser levantado y que esto dará paso al don de la Vida eterna para todos los que crean en Él, porque la vida es un don que viene del Espíritu, un acto de amor y de entrega: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Jn 3, 16). La generosidad de Dios resulta en un don para todo el mundo, pues su Amor oblativo produce la verdadera Vida.
En la primera lectura se ve todo lo contrario al don de la vida, el pueblo de Dios ha pecado, y lo que corresponde es la venida de la ira de Dios que trae desolación, hasta que el pueblo pague todas sus deudas y pecados.
Entonces, este Evangelio toma más valor, porque la deuda del pueblo por su pecado es muy grande y merece una paga muy grande también. En el Evangelio de hoy se indica que, el que crea en Él no perecerá, sino que tendrá vida eterna (cf. Jn 3, 16). El amor del Padre es un amor que lleva al extremo de sí mismo y busca generar esto mismo en nosotros.
En un acto de entrega incondicional de amor que engendra Vida recibimos el sentido de amar; lo que les corresponde a los seres humanos es tener vida Eterna porque creemos en el amor incondicional del Padre que nos entrega a su Hijo. El Evangelio nos devuelve la esperanza, el sacrificio de Jesús indicado a lo largo de todo el Evangelio, es la paga al gran pecado que hemos cometido.
Justamente somos merecedores de la condenación, es más, hemos preferido las tinieblas a la luz. Pero este tiempo de Cuaresma, nos permite prepararnos para preferir la Luz que vino al mundo, para que demostremos que somos suyos y nuestras obras están hechas según Dios.
P. Luis Miguel Aldaz