La primera lectura y el Evangelio coinciden en afirmar que la presencia del Señor resucitado elimina todo miedo y hace crecer la esperanza y la alegría. El miedo excesivo paraliza, enceguece, trastorna la voluntad y el conocimiento. El miedo no deja caminar y nos pone a la defensiva frente a lo diferente, a lo nuevo, a lo bueno, porque nos incapacita para mirar con esperanza. Los discípulos, en la última cena, están conscientes del posible desenlace que tendrá su Maestro. Jesús ha hablado abiertamente y su mensaje ha trastocado el sistema ritualista, individualista y egoísta de la religión y la sociedad de su tiempo. Pero no solo ha hablado, sus hechos y su estilo de vida han refrendado lo que ha dicho: ha pasado haciendo el bien.
Para sus enemigos Jesús es un sedicioso, un anarquista, un vanidoso que pretende conocer a Dios y su voluntad. Este conocimiento de Dios le viene de una experiencia personal con el Padre, experiencia que se hace única en el amor: «El Padre que permanece en mí, Él mismo hace las obras». Para sus discípulos Jesús es «el camino, la verdad y la vida». Los discípulos no comprenden todavía el significado de esas palabras, han convivido con Jesús casi tres años, han aprendido su modo de vivir, han compartido su amistad y su diario vivir, han visto sus obras. Sin embargo, todavía hay algo que les impide aceptar que Jesús es el camino, la verdad y la vida.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ayuda a descubrir la manera cómo los primeros cristianos aprendieron a reconocer a Jesús como el camino, la verdad y la vida. El primer obstáculo fue el miedo a la fuerza creativa del Espíritu. Un ejemplo de esta situación nos presenta la primera lectura: los discípulos miran al convertido Pablo, con recelo y con temor, les ha hecho tanto daño que no pueden creer que ahora sea de los suyos. La palabra de Bernabé les convence lo aceptan y lo cuidan.
Con esta actitud, los discípulos del Resucitado llegan a comprender que solo la presencia vivificadora de Jesús es lo que hace nuevo todo: personas, acontecimientos, presente, futuro. La presencia resucitada de Jesús es una invitación a dejarse llevar por la creatividad amorosa del Espíritu que siempre encuentra nuevos senderos para atraer a todos a la Verdad y darles Vida.
La fuerza destructiva del virus nos ha dejado sin esperanza, sin ilusión, pero, sobre todo, con miedo. Solo la presencia del Resucitado podrá hacer que volvamos a descubrir en nuestra vida la acción creadora del Espíritu que nos renueva y nos libera para poder engendrar nuevas formas de vivir el estilo de Jesús, un estilo que consuela, que perdona, que alivia y que sana, «el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores».
P. Marco Vinicio Gualoto