El Evangelio nos muestra que Jesús fue a la sinagoga a enseñar, es decir, que su acción salvadora es dada, en este momento, por medio de su enseñanza. Se trata de uno de los aspectos de la misión que el Señor ha dejado a sus discípulos, la misión de enseñar.
El evangelista Marcos indica que la acción primera de Jesús al entrar en la sinagoga fue ponerse a enseñar. Esta acción la hizo «como quien tiene autoridad», es decir, no como los doctores de la ley que se atenían a la tradición doctrinal de sus antepasados, sino como aquel que posee la autoridad de hacer realidad lo que enseña, pues no solo habla de un reino que va a llegar, sino que enseña que este ya llegó en Él. Justamente, para indicarlo, aparece entre el auditorio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que muestra el poder que tiene el mal y aparece cuando se hace presente el Reino de Dios. El mal da gritos de confrontación a la autoridad de Jesús, busca impedir la acción salvadora y la venida del Reino de Dios. El diálogo entre Jesús y el espíritu inmundo muestra una lucha en la que el mal enfrenta el poder de Dios, quien no desea dejar el lugar donde ha hecho su morada, que es el corazón del hombre; los alaridos y preguntas insolentes solo son el resultado de quien se siente perdido delante de la autoridad de Jesús.
El hecho de que este espíritu sepa quién es Jesús e incluso lo llame: «El Santo de Dios» no es una profesión de fe respetuosa, se trata de intentos por adueñarse del poder de Dios. Entonces, el Señor Jesús le dice con autoridad: «Cállate y sal de él», porque las pretensiones del mal por apoderarse de Dios se deben terminar de raíz, callando al mal y quitándole su poder seductor de convencer con palabras mentirosas y sin sinceridad. Este hecho dejó asombrados a los asistentes, quienes reconocieron que la enseñanza de Jesús libera de la esclavitud de no querer escucharlo.
La misión de enseñar es un mandato solemne de Cristo, que consiste en anunciar la verdad salvadora; la Iglesia lo recibió de los apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra. Enseñando, la Iglesia atrae a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los prepara al bautismo, los libra de la servidumbre del error y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en Él hasta la plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no solo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre (Cf. LG, 17). Es por este motivo que el enseñar es parte fundamental en la vida de cada cristiano; que seamos más fieles y fervorosos en nuestra misión de predicar todos los días.
P. Luis Miguel Aldaz