Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros


Todos necesitamos una estrella que nos guíe en nuestro camino, a menudo oscuro y marcado por empinadas subidas y caminos espinosos, en los que es fácil perderse o resbalar y caer. Para ello es necesario levantar la mirada al cielo, escudriñar el horizonte para buscar puntos de referencia seguros, brillantes y hermosos. 

Es la estrella que guía a los «magos» fuera de su país en busca del Rey que nació, es su luz la que enciende de pasión sus expectativas y mueve sus corazones, incluso antes que sus pies, hacia Aquel que es puerto seguro y refugio en la tormenta. 

Los «magos» no sabían nada de Dios, mucho menos del Mesías. Pero el mismo hecho de sentirse atraídos por algo grande, divino, que se les había aparecido, les muestra la llamada a afrontar la gran pregunta sobre el sentido, la verdadera meta de toda una vida. Se habrán dicho entre sí: «¡Debe haber algo más!», y se marcharon, obedeciendo a esa palabra silenciosa, escrita en el cielo, que misteriosamente dio voz a su más íntimo anhelo: dar plenitud a la propia vida. 

Ciertamente, el viaje realizado por los «magos» resultó ser un viaje muy agotador, marcado por la imprevisibilidad y la inseguridad. Caminan de noche, con el miedo de perder esa única señal que los guía y así emprender el camino equivocado. Cuando llegan a Jerusalén, le piden al rey Herodes noticias sobre el rey que nació y le confían que han llegado guiados por la luz de su estrella. 

Herodes, sin embargo, no conoce otro brillo que el de su trono, del oro de sus arcas, de su dinero. Los magos, por tanto, vieron el resplandor de la estrella, pero esa luz no los acompañó durante todo el viaje, al no ver la estrella quizás los magos podrían haberse rendido a la tentación de volver. ¡Pero siguieron caminando y buscando! 

La vida es eso: una aventura detrás de una estrella que podemos ver por primera vez, pero que no nos acompaña visiblemente en todo el camino, de repente parece que desaparece en la oscuridad. Es en este punto que surge la tentación de volver atrás, abriéndonos al desánimo y a la tristeza por haber corrido tras una ilusión hasta que nos quedamos sin aliento y no aguantamos más. ¡Pero no podemos ni debemos volver! 

A menudo, nos cuesta seguir adelante, nos desaniman las dificultades y los imprevistos del viaje y nos cuestionamos todo. Los magos vieron brillar la estrella por primera vez, así tenían su pista, su rastro; pero lo más extraordinario es que siguieron caminando en busca del tesoro de su vida. No cedieron a la tentación, siguieron caminando. 

Sigamos adelante, incluso de noche, en la tormenta, en el desierto. No nos rindamos en las dificultades, ¡porque la estrella que vimos salir pronto volverá a brillar! El Señor no nos abandona, Él es y será para siempre ¡Dios con nosotros!

P. Ángel Tapia E. Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano

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