«Vengan a tomar posesión del Reino preparado para ustedes».
En la solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia nos invita a regresar la mirada sobre este pasaje del Evangelio que lo conocemos como el Juicio Final. Nos encontramos en un texto apocalÃptico, no pensemos en la imagen apocalÃptica que nos viene de nuestros cines y de nuestra cultura que apoyan su definición en la destrucción. En el Evangelio podrÃamos decir que la apocalÃptica usa imágenes fuertes, pero para traer un mensaje de salvación. Entonces podemos decir que la dureza de este pasaje tiene un sentido salvÃfico muy marcado, entonces es ahà donde se debe posar nuestra atención. Haciendo esto nos vamos a dar cuenta que hay algo más estremecedor que la misma condenación.
Digámoslo de una vez, Cristo se ha querido asociar al enfermo, al pobre, al encarcelado. Esta última imagen nos ayudará a entender este «escándalo», Jesús está en el encarcelado, y Mateo no habla de un encarcelado inocente, sino de un encarcelado sin ningún paliativo que haga menor la locura de nuestro Rey que no se pone sobre sus súbditos, sino que por ellos da la vida. Este es nuestro Rey y ahora a su reino nos ha introducido. No deja de sorprendernos la respuesta de quienes son llamados a Juicio. Ninguno, ni los de la derecha, ni los de la izquierda lo reconocen, no saben que lo que hacÃan o dejaban de hacer tenÃa que ver con el Señor. Hay quienes dicen que esto se debe a que este juicio no es para los cristianos o judÃos de quien hablará Mateo con las parábolas de las vÃrgenes o de los talentos, sino para los pueblos paganos llamados ante el Señor. Ahora volvemos a considerar este texto en su sentido salvÃfico. Dios asociándose al hambriento, al sediento, al último ha puesto la oportunidad de salvación al alcance de nuestras manos.
En su diálogo con los llamados a juicio el Hijo del Hombre dice «en verdad les digo», el juicio tiene que ver con la verdad. La verdad de Dios y del hombre que sale a la luz, presente desde la creación del mundo y que ahora todos la conocen porque Dios está en los pequeños, no los ha abandonado nunca y ha habido en el mundo aquellos que han sabido, aún sin conocerlo, mantener esta verdad, la bondad del hombre en la caridad. Dios es Amor y nosotros creados a su imagen y semejanza vivimos en ese amor. Ser fieles a esa verdad divino-humana es el camino que conduce a la vida eterna.
Terminemos recordando que este juicio es para todos los pueblos y la misión que el Señor ha encomendado a la Iglesia, ser levadura para fermentar nuestro mundo. Con dolor vemos que se acerca cada vez más a nuestro corazón el miedo al otro y el «sálvese quien pueda». Es nuestra misión mostrar la Verdad a los pueblos y ser testimonio vivo de que para salvar la vida hay que perderla por Cristo y el Evangelio.
P. Cristian Luzón
Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano