La Iglesia también sale puntualmente a aplaudir y a cantar, está en internet celebrando la Eucaristía para muchos, rezando anónimamente, escuchando a tantos que se sienten solos, repartiendo comida y pensando en cómo adelantarse a las desigualdades que esta crisis va a generar cuando el confinamiento y el aislamiento se levanten y veamos los estragos que este virus ha dejado en vaciar nuestras calles y detener nuestra vida. También ahí la Iglesia seguirá estando, osada y valiente como tantas otras veces. Por todo ello, a estas alturas, quizás solo cabe dar una única respuesta. ¿Dónde está la Iglesia? En realidad, la Iglesia nunca se ha ido.
Mons. Bolívar Piedra
VOZ DEL PASTOR
NUESTRO TRABAJO
Meditar sobre la vida de Jesús en Nazaret nos ayuda a examinar si nuestra vida diaria, llena de trabajo y normalidad, es camino para crecer en el amor y santificarnos. También nos da luces para tener buenos criterios sobre la importancia del trabajo. Por eso, contemplado el ejemplo de Jesús, debemos preguntarnos: ¿Cómo consideramos el trabajo?
Para unos será un castigo. Esto sucede cuando nos alejamos de Dios y nos dejamos dominar por la pereza y la irresponsabilidad. De todo nos quejamos y nada nos satisface. Nos domina la ley del mínimo esfuerzo.
Para otros viene a ser un instrumento de opresión. Quienes piensan y actúan así atentan contra la dignidad de los demás cometiendo gravísimas injusticias. Quienes gobiernan, dirigen empresas o contratan a otros para trabajar, deben pensar seriamente ante Dios cómo tratan y remuneran a sus empleados. No siempre un sueldo justo es digno.
Hay quienes creen que el trabajo es solo un medio para ganar dinero. No piensan en la familia, se olvidan de las necesidades del prójimo. Esclavos de la vanidad y el egoísmo, terminan devorados por la sociedad de consumo.
Están también aquellos que ven en el ambiente laboral un espacio para manipular ideológicamente a los demás. Tantos trabajadores son utilizados por políticos y falsos líderes sociales inescrupulosos, que tienen como única finalidad llegar al poder, dominar y enriquecerse. Los pobres son solo un slogan.
Debemos descubrir que el trabajo es un don de Dios, una oportunidad para colaborar con su obra, una ofrenda que todos los días presentamos al Señor, un espacio para crecer en las virtudes. El trabajo honesto dignifica al hombre.
Cuando el trabajo se separa de la alianza de Dios con el hombre y la mujer, cuando se desprecia la vida y se destruye la creación, todo se contamina y las consecuencias golpean sobre todo a las familias más pobres. Pidamos a Jesús de Nazaret que proteja a nuestros trabajadores. Que a nuestras familias no les falte el pan, la fe y la dignidad.
Mons. Marcos Pérez