Todo cristiano está llamado a realizar la vo­luntad de Dios. En un universo lleno de propues­tas atractivas que contradice la voluntad de Dios no es fácil, pero siendo discípulos misioneros de Jesús, ese es nuestro camino para llegar a la santidad.

A este camino tenemos acceso todos, hasta los pecadores: «cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salvará su vida» (Ez 18,27). Nuestro Dios es incluyente, por eso, si alguien excluye a los demás por sentirse justificado o salvado, perderá su vida.

De ahí la necesidad de no sentirse más im­portante que los demás, al contrario, tenemos la necesidad de adoptar relaciones comunitarias de concordia, humildad y misericordia a ejemplo de Jesús: «No hagan nada por ambición o vanaglo­ria, antes con humildad estimen a los otros como superiores a ustedes mismos... Tengan los mis­mos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2, 3-5).

La parábola del Evangelio de este domingo, nos invita a realizar la voluntad de Dios de una manera clara y simple: Un padre se acerca a sus dos hijos para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde bruscamente y con un «no quiero», luego se arrepiente. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Ya voy, Señor»; sin embargo, todo se queda en pa­labras, ya que no fue a trabajar en la viña.

Con esta parábola, Jesús demuestra que los publícanos y prostitutas, que decían «no quiero», con su arrepentimiento y vida sencilla, ante la predicación de Juan Bautista y ante la propuesta misericordiosa de Jesús, acababan haciendo la voluntad del Padre. En cambio, los sacerdotes y los ancianos que oficialmente decían: «Sí, Se­Ã±or, voy», terminaban en contra de la voluntad del Padre, cerrándose a la novedosa propuesta de Jesús: el Reino de Dios y su justicia.

Aplicando a nuestra vida personal, familiar y comunitaria, podemos tener la actitud de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo, cuando somos insensibles ante el dolor, cuando propiciamos una sociedad excluyente, una prác­tica religiosa sin compromiso. La vida cristiana es concreta, no solo de bonitas palabras.

«Que el Señor nos dé su gracia para que un día, pueda decir de nosotros he aquí mi madre y mis hermanos. El que hace la voluntad de Dios, este para mí es hermano, hermana y madre. Hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, no es fácil, pero la oración y la misericordia nos ayudarán a ser santos» (Papa Francisco).

P. Pedro Casa L.
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