Hoja luz del domingo - Mansos y humildes de corazón
La figura del Rey justo y victorioso; pero a la vez humilde y sencillo, montado en un manso bu­rrito que presenta Zacarías en la primera lectura, la revivimos en la liturgia cristiana cada Domingo de Ramos. Así es como hizo su entrada triunfal Jesús en la ciudad de Jerusalén para consumar el misterio de la Redención, con las alabanzas y aclamaciones que se le hacen a un Rey, pero con la humildad de quien evita los lujos, la pompa y los falsos reconocimientos.

En el Salmo 144 que hoy se proclama, se reconoce también la «realeza de Jesús» y es una invitación para que el nombre de Dios sea anunciado a todas las naciones: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, / que te bendigan tus fieles; / que proclamen la gloria de tu reinado, / que hablen de tus hazañas».

En el Evangelio se nos propone la oración sacerdotal de Jesús, en la que el Señor primero le da gracias al Padre porque no ha manifestado sus misterios a los poderosos o a los sabios según los criterios del mundo, sino que más bien se ha dado a conocer primero a la gente sencilla, a los humildes de la tierra.

A continuación, el Señor nos hace una especial invitación a quienes sientan en su vida el peso de la opresión y la injusticia: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré». Y luego se pone a Sí mismo como ejemplo de paciencia y humildad «Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón».

Dos virtudes que a muchos nos cuesta poner en práctica son la paciencia y la humildad. El Señor Jesús se presenta como nuestro modelo; aprendan nos dice en el Evangelio de hoy. La paciencia es la virtud de los que aman la paz. De hecho, la palabra paciencia tiene dos raíces: paz y ciencia; por tanto, el paciente es el «conocedor de la paz», el «amante de la paz». A su vez, la palabra humildad proviene del latín humus, que significa tierra; entonces, el humilde es aquel que tiene «los pies sobre la tierra». Aquella persona que no se sube en una nube o que no mira a los otros como inferiores, sino como sus semejantes.

Nos dirá también el Señor en otro pasaje del Evangelio: «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». (Mt 23,12). Que en nuestra vida no se manifiesten el orgullo, la vanidad y la soberbia, propios de aquellos que solo buscan poder y reconocimiento, sino que se transparenten la humildad, la bondad y la mansedumbre de Jesús, nuestro Maestro. Sigamos el consejo de San Pablo que nos dice: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo».


P. Marco Antonio Acosta
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