La mayor parte de nosotros fuimos muy pronto bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Desde niños aprendimos a invocarlo, santiguán- bonos «en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Lo hemos pedido como bendición a '-estros padres; al salir de casa nos armamos con a señal de la cruz mientras decimos su nombre bendito.

Nuestra fe sabe de la singularidad del Padre con quién nos comunicamos tantas veces y en situaciones decisivas de nuestra vida, como Jesús en el huerto: Padre... ¡Qué momentos de sabernos acogidos, entendidos, valorados, amados!

¿Quién desde su Confirmación no sintió la for­taleza del Espíritu Santo, siendo conscientes de :ue nuestro Dios es consolador y amigc. dulce - uésped del alma?

Cuando comulgamos por primera vez, cuando lo hacemos hoy, nos acercamos a Jesús, nuestro her­mano y Salvador, nuestro alimento, el pan de vida que contiene en sí todo lo que necesitamos para caminar sin perdernos, para vivir cada día con es­peranza, para superar las dificultades, hasta afirmar que estar con él, siguiéndole, es lo mejor que nos ha podido ocurrir...

Nuestra fe católica en Dios es trinitaria y pasto­ralmente, bien comunicada, sabiendo que existimos y estamos amparados bajo al misterio del Dios único y trinitario, con quien nos relacionamos en la oración y en toda nuestra vida cristiana.

Que esta Fiesta de la Santísima Trinidad nos ayu­de a situar este misterio, que desde el Nuevo Testa­mento es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana» Ya que toda la vida de Jesús es revelación del Dios Uno y Trino: en la Anunciación, en el naci­miento, en el episodio de su pérdida y hallazgo en el templo, er su muerte y resurrección.

En todos esos hechos Jesús se revela como Hijo de Dios de una forma nueva con respecto a la filiación conocida por Israel.

Ai comienzo de su vida pública, además, en el momento de su bautismo, el mismo Padre atestigua al mundo que Cristo es el Hijo Amado (Mt 3,13-17 y par. y el Espíritu desciende sobre Él en forma de paloma.

A esta primera revelación explícita de la Trinidad corresponde la manifestación en la Transfiguración, que introduce al misterio pascual (cfr. Mt 17,1-5 y par.).

Finalmente, al despedirse de sus discípulos, Je­sús les envía a bautizar en el nombre de las tres Per­sonas divinas, para que sea comunicada a todo el mundo la vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28.19)...

Con San Pablo íes deseo que «La gracia del Se­ñor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes».

Federico María Sanfelíu, s. j.
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