Papa Francisco convocó a toda la Iglesia al de la Misericordia: «Jesucristo es el rostro de misericordia del Padre». La convicción del Sumo Pontífice, central para la fe cristiana, es que a misericordia se vive como una experiencia íntimamente ligada al amor.

¿Qué es Jesús para nosotros?

El evangelio de hoy nos hace la pregunta, que tarde o temprano todos tenemos que contestar: La confesión de Pedro es concreta y clara: «Tú eres el Mesías de Dios».

¿Quién dice la gente que soy yo?

Reconocer a Jesús es fundamental para poder es­cucharle y seguirte. Por eso, Jesús pregunta a los que se han comprometido para estar con Él: ¿quién dice !a gente que soy yo? La multitud que escucha su predi­cación, que es testigo de sus signos y milagros, que le escuchó en la sinagoga de Nazaret «Hoy se cumple la escritura que acaban de oír», ¿qué opinión tiene de Jesús? En las respuestas que dan se ve la gran acep­tación que tiene la gente de Jesús, le comparan con grandes personajes de la historia del pueblo.

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Jesús les pregunta directamente a sus amigos, a los que entregaron su vida por estar con Él y seguirle, a los que comparten su día a día, sus ilusiones y espe­ranzas. sus preocupaciones, angustias y cansancios, a los que le conocen bien: Y usted, ¿quién dicen que soy yo? Pedro, responde y confiesa su fe: «Tú eres el Mesías de Dios». Pero el Mesías de Pedro responde a las esperanzas políticas de Israel, el Mesías del po­der, no al enviado del Padre como el siervo humilde, el cue viene a anunciar la liberación a los oprimidos y la Buena Nueva a los pobres. x .

El que quiere seguirme cargue con ia cruz
Si Jesús nos preguntara hoy a nosotros: ¿quién dicen que soy yo?, también daríamos una respuesta correcta aprendida en la catequesís, en sesiones de formación, en charlas. Pero quizás también Jesús nos mandaría a callar como a Pedro, porque no hemos entendido ni reconocido de verdad que seguir y amar a Jesús es un compromiso. Él mismo nos dice hoy en qué consiste seguirlo: negarnos a nosotros mismos, renunciar a nuestro afán de protagonismo, a nuestros egoísmos para damos sin reservas en el servicio a los demás. Hay que aprender a cargar con la cruz, el sacrificio y la entrega que produce vida.

Una catequista comentaba que los sacerdotes ha­blamos mucho de la cruz y poco del amor. Creo que una cosa no puede ir separada de la otra, pues la cruz de Cristo es la manifestación plena del amor de Dios, que envió a su hijo al mundo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

Cargar la cruz de cada día para seguir a Jesús es vivir el amor al prójimo de tal manera que este amor nos lleve a cargar con las cruces de tantos crucifica­dos de nuestro tiempo, que viven crucificados por la injusticia, el egoísmo y la incomprensión de nosotros las personas y las instituciones, y por el despotismo de los poderosos. Tomar la cruz de nuestros herma­nos más débiles es la manera de reconocer y seguir hoy a Jesús.

¿Cuáles son las cruces que cargamos en nuestra vida? ¿Cómo convertimos las cruces en salvación y felicidad?

P. Lauren Fernández, svd
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