En este domingo el Evangelio nos narra una segunda parábola sobre el Reino de Dios, que trata también de una semilla; lo particular es que esta parábola es exclusiva de este Evangelio. Hemos visto en la parábola del sembrador cómo se hace un «seguimiento» a la semilla, viendo dónde cae, si crece o no e incluso entablando una especie de diálogo con cada tipo de terreno. Esta vez un hombre arroja la semilla en el campo, lo abandona y deja la semilla a su suerte. Y ahora el «silencio» es el protagonista en torno al cual la tarea del labrador, que, si bien es importante, le deja lugar a la acción misteriosa de quien hizo la semilla y es el dueño del campo.

Este Evangelio nos devuelve la confianza en el Señor: se trata de un tiempo de espera paciente de aquel que sabemos tiene el control sobre todas las cosas. Esta espera significa que el Reino de Dios no es establecido por los hombres, ni a su manera, ni a su ritmo, ni por sus esfuerzos. Esto significa que la predicación es acción de Dios que sigue siendo quien echa las semillas y nos devuelve la esperanza, ya que se trata de la fuerza de Dios. Muchas veces nos cansamos, fracasamos o las circunstancias son adversas. Entonces es necesario poner el futuro en manos de Dios: por esto, en el Evangelio, el Señor Jesús dice que: «pasan las noches y los días» (Mc 4, 27) no explica cuántos, pero actúa sin que sepamos cómo y la semilla germina, crece y da fruto; indicándonos que la espera de nuestra comunidad y de nosotros mismos solo debe ser en confianza y paciencia dirigiendo nuestra mirada a lo que Dios hará.

En la segunda parte del Evangelio de hoy, el Reino de Dios es ilustrado por medio de la imagen de la semilla de mostaza, la cual es pequeña, pero posee la fuerza para desarrollar un gran arbusto y echar ramas a cuya sombra anidan los pájaros. En este caso, el Señor Jesús nos lleva al resultado final, que es sorprendente. En este sentido, vemos nuevamente la acción de Dios y la confianza que debe tener su pueblo. La semilla, que puede ser muy pequeña, trabajará en el silencio y sus resultados serán admirables. Pero nos queda también la memoria de lo sucedido con las semillas que cayeron en terrenos que no la recibieron, en dónde había piedras, espinas, sol y aves que las marchitaron. No todos van a saber recibir la semilla y no todos los que la reciban la van a dejar actuar en el misterio de la obra de Dios. 

Hermanos, que este tiempo lo vivamos confiando en Dios y, especialmente, entregándole nuestro futuro. Eso significa recibir la semilla en nuestro corazón. 

P. Luis Miguel Aldaz (Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano) 

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