La pandemia es un fenómeno que nadie lo tenía previsto, mientras que la corrupción es una forma de vida que se ha ido convirtiendo en algo natural y que nos golpea aún más fuerte que la primera. Para el coronavirus, probablemente, habrá una vacuna, sin embargo, contra la impunidad jugamos con cancha inclinada, porque la red es tan grande, además densa y está instalada hace siglos en todo el mundo.

En Ecuador, la corrupción ha demostrado una capacidad inusitada de reinvención, hasta el punto de jugar con la vida de millones de personas. No puede ser posible que el entusiasmo por hacer política de unos cuantos sea el afán de embolsicarse con dinero mal habido. Vivimos en tiempos de política en extinción. ¿Cuánto hubiésemos ganado en contra del coronavirus si la banda de corruptos no se hubiera llevado el país en costales? Esta situación es demasiado crítica como para dejarla en el plano de la anécdota.

Decenas de miles de ecuatorianos se levantan desde muy temprano para ganarse la vida de manera honrada y sacrificada, pero a la vuelta de la esquina están los otros, aquellos que con una llamada pactan los sobreprecios, los tráficos de influencias, los negociados. Hay que fumigar el Estado y adecentar la sociedad, caso contrario, el país entrará en descomposición y la gente pudiera comenzar a hacer justicia por su propia cuenta.

Mons. Bolívar Piedra

MENSAJE DEL PASTOR
Carta abierta de la CEE al pueblo que peregrina en el Ecuador

Ante la proliferación de casos de corrupción que afectan a la sociedad ecuatoriana, cuando nuestro pueblo sufre las consecuencias de la pandemia del COVID19, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, el 29 de junio, ha expresado de forma pública:

1. Su sentimiento de cercanía con el pueblo, especialmente con quienes han sufrido esta enfermedad, la pérdida de vidas, de trabajo y de esperanza, y con aquellos que se han sentido abandonados.

2. Tantos casos de corrupción nos dan la idea de las dimensiones de un problema que salpica a la sociedad, a las instituciones del Estado y a los pobres. Esta realidad no es de hoy, ni es exclusiva de políticos o altos funcionarios: se ha extendido a todos los estratos sociales. Por ello, al denunciar la corrupción de los demás, debemos mirar también nuestros propios comportamientos cotidianos a fin de evitar que la corrupción se adueñe de nuestros corazones.

3. El derecho a la vida y la obligación de preservarla, se ha convertido en un negocio. La salud es un derecho humano irrenunciable, del cual todos somos corresponsables.

4. Estamos en un escenario económico y político donde los recursos públicos se ven mermados, lo cual se ha traducido en menos hospitales, disminución de la atención sanitaria, falta de protección para los profesionales de la salud y pacientes. Esto menoscaba el futuro del país. Frente a ello, políticos, funcionarios públicos e instituciones del Estado, tienen la responsabilidad de afrontar las necesidades, maximizando la transparencia en la gestión de los recursos destinados a afrontar la crisis.

5. Éticamente, la corrupción es un crimen que condena a muerte a muchas personas necesitadas de trabajo y oportunidades; pues promueve el “descarte” de los más vulnerables; además, fomenta la injusticia, la impunidad y el irrespeto a la ley.

6. Desde el punto de vista religioso, la corrupción es un gravísimo pecado, un desorden moral. Además, la falta de compasión ante los que sufren, la indiferencia y el comportamiento irresponsable son gritos que llegan a Dios; y Él no es indiferente. Todos tendremos que dar cuentas a Dios, también los corruptos y quienes los han amparado. Un pueblo digno no puede ser cómplice de la corrupción y de la impunidad. Que Jesucristo, el Señor, el Justo, y la Virgen Santa, “Espejo de justicia” y “Madre del buen consejo”, nos cuiden y nos ayuden a cuidarnos los unos a los otros.

Mons. Marcos Pérez

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